Es sabido que en Chile la industria minera ha venido integrando soluciones tecnológicas de alto impacto de manera sistemática, no obstante, la introducción de éstas no ha sido del todo rápida y su reemplazo ha sido aún más complejo debido a múltiples razones, siendo una de ellas, los altos requerimientos de capital financiero para su desarrollo, empaquetamiento e implementación, no siempre disponibles en forma oportuna.

Sin embargo, en las últimas décadas ha existido un mayor desarrollo de soluciones tecnológicas que han resultado en innovaciones incrementales de alto impacto que han permitido mejorar la continuidad de los procesos y rentabilidad en el uso de las instalaciones. A esto se suma el compromiso de los grandes proveedores y compañías mineras por incorporar nuevas soluciones a sus operaciones.

Hoy el desafío de la minería chilena es que la transición tecnológica o la transformación que va a experimentar sea inclusiva con el territorio en el que ella opera en el amplio sentido de la palabra, porque si se produce un desacople entre la sofisticación de la gran minería y el entorno, se va a producir un problema de legitimidad en el futuro.

En el siglo XXI el rol del cobre pasa por constituirse en la plataforma para la generación de innovación que permita al país mantener o incrementar su participación en la producción de cobre mundial que hoy alcanza el 30%. Es aquí donde la innovación abierta juega un rol trascendental al actuar como una caja de engranajes que permite que la asincronía natural entre el negocio minero (tiempos largos) y el desarrollo tecnológico (tiempos cortos) sintonicen en una misma melodía (que al menos no suene tan desafinada).

La innovación abierta tiene la ventaja de generar opciones y liberar recursos en las empresas que se pueden enfocar en los elementos centrales del negocio. Además, reconoce que existen en el ecosistema distintos agentes con distintos apetitos de combinaciones de riesgo-retorno que la cadena de valor de innovación implica.

En este contexto, es primordial que las mineras y grandes proveedores consideren este modelo como un mecanismo mucho más efectivo para explorar y encontrar soluciones a sus problemas. Lo anterior es hoy más relevante que nunca, dado la velocidad de los cambios tecnológicos, de la sociedad y la transformación digital. Y es que con un sistema de innovación cerrado es imposible ser capaz de prever cuáles serán estos cambios y, en caso de preverlos, será imposible reaccionar con la agilidad necesaria.

Está claro que la responsabilidad primordial de las mineras no es el desarrollo tecnológico y lo entendemos, pero sí pueden proveer las condiciones para que se desarrolle esa innovación en el ecosistema, con el consiguiente beneficio para el Chile.

Esas condiciones tienen relación con proveer información al mercado acerca de sus problemas; procesos de adjudicación más rápidos, claros y ágiles; procesos de adjudicación que salgan de la lógica de la transacción y se avance hacia la lógica de la co-construcción y relación de largo plazo; contratos que incorporen elementos propios del proceso de innovación tales como flexibilidad, uso de información; y contratos que faciliten el financiamiento de las órdenes de servicios por parte de los y proveedores, por ejemplo.

Con esto queda claro que la oportunidad es ahora, más aún cuando se avecina un ciclo bueno para el cobre apalancado, en parte, por la urbanización y transición energética, sumado a la madurez de las mineras y los 30 años de experiencia de construcción de ecosistema, que se pueden capitalizar.

Columna publicada en el Mercurio de Antofagasta el 29/05/2019